Cuando un gigante cae, los enanos nos quedamos sin sombra
DOI:
https://doi.org/10.5712/rbmfc6(19)377Resumen
Dicen que en la guerra los ancianos entierran a los jóvenes. Puesto que es la paz y somos viejos, los jóvenes nos han de enterrar.
Dicen que todos somos buenos después de muertos. Algunos muertos fueron buenos antes de muertos. Buenos, generosos y honrados, sabios y cercanos, realmente humanos.
Algunos muertos nos dieron sombra acogedora y protectora, y su caída nos deja a la intemperie, solos ante el peligro.
Hace muchos años nos preguntó uno de nuestros hijos: “¿Cuando muere un viejo sabio, a dónde va su conocimiento y su experiencia?”. No supimos bien qué responder.
“Si tiene familiares y amigos, todos aprendemos unos de otros. Mucho quedará en nuestro corazón y en nuestra mente, y su bondad, su cultura, su sabiduría y sus hechos formarán parte de la memoria que transmitimos de generación en generación, desde que la especie humana empezó a serlo”.
“Si tiene actividad registrada, por escrito o en imágenes, serán sus propias palabras, su propia persona la que podrá ser vista y revista, una y otra vez. A veces sin saber quién fue, como el autor anónimo del poema de Gilgamesh. Otras sabiendo quien fue, pero ya con la pátina del olvido, como Aristóteles. Otras con viveza, por la cercanía, como la obra de Albert Einstein”.
No pensamos entonces, pero pensamos ahora, que nos quedamos sin sombra cuando muere un gigante.
Ha muerto Bárbara Starfield, una gigante de la Atención Primaria, y su sombra protectora nos ha abandonado. Era una mujer sabia y anciana, aunque parecía joven y estudiante.
Bárbara Starfield tuvo amigos y familiares capaces de pasar a generaciones futuras su tesoro de conocimiento, bondad, cultura y sabiduría, incluso muchos de sus hechos y anécdotas.
Bárbara Starfield deja registros múltiples, en artículos, libros y presentaciones, que servirán de puente para que otros lleguen más allá.
Bárbara Starfield fue buena antes de muerta.
Ahora es el tiempo de los homenajes, de los panegíricos y epitafios, de los obituarios laudatorios, del recuerdo público en que se mezcla el miedo a la muerte de quien escribe, su propia exhibición y el ansia de olvido de los errores cometidos y de los daños provocados a quien tanto se alaba. Ahora es el tiempo del culto a la muerte y a los muertos.
Hubo un tiempo para amar, para querer, para la amistad, para compartir, para el respeto amable, pero muchas veces no hubo tiempo, y ya es tarde para dar marcha atrás, ya es tarde para reparar daños y errores.
“Hasta el infinito y más allá”, como dicen los nietos al columpiarlos y al pedir que los abuelos empujemos con más fuerza.
“Hasta el infinito y más allá”.
Llegarán otros más allá, pasarán años y décadas, y siglos y milenios, y la pátina del tiempo nublará el recuerdo de una gigante cuya sombra ha dejado de proteger a los enanos (entre los que nos encontramos).
Ahora somos conscientes de cuán enanos éramos, expuestos al ambiente abrasador de una Medicina arrogante, que desprecia cuanto ignora, e ignora casi todo.
Ahora somos conscientes de que hicimos mucho daño, de que conseguir una visa fue un inconveniente constante para Bárbara Starfield en sus viajes a Brasil. ¡Con lo merecido y fácil que hubiera sido nombrarla ciudadana brasileña de honor!
Ahora somos conscientes de que hicimos daño, mucho daño, cuando en Zaragoza (España) se le negó formar parte de un tribunal universitario de tesis doctoral por no ser doctora en Medicina. ¡Con lo merecido y fácil que hubiera sido nombrarle doctor honoris causa!
Ahora somos conscientes de su escaso impacto en la política sanitaria de los EEUU, su patria. No hay santo que haga milagros en casa, ni gigante que dé sombra a sus los convecinos. ¡Con lo fácil que hubiera sido seguir sus recomendaciones en la política sanitaria, para lograr una Atención Primaria fuerte en un país que la necesita más que ninguno entre los desarrollados!
Fue Bárbara Starfield mujer de izquierdas. Fue siempre sensible al sufrimiento ajeno, activista contra la injusticia. Conoció a su futuro esposo, también estudiante de Medicina, en un acto a favor de los veteranos de la Brigada Lincoln, una de las Brigadas Internacionales que apoyaron a la República Española contra la barbarie nazi.
Fue pediatra de formación, internacionalista de acción. Se inició en la investigación de la organización de servicios con KL White, maestro y amigo, el de “la ecología de la atención médica”, el de “más vale acertar por aproximación que equivocarse con precisión”. Este gigante le acompañó en los EEUU, como le acompañaron en el Reino Unido gigantes dispares, desde John Fry a Julian Tudor Hart.
Tuvo una actitud crítica positiva, señaló los errores de una atención sanitaria basada en especialistas, y demostró sus peligros (a destacar su texto sobre la actividad médica como causa de muerte evitable), pero al tiempo desarrolló un aparato teórico impresionante de defensa de la Atención Primaria como mejor respuesta a los excesos de la Medicina y de la prevención. Supo analizar los excesos de la incorrecta aplicación de la metodología estadística, y lo resumió en su artículo sobre “elegancia interna, irrelevancia externa”. Supo comparar países, supo abrir caminos, supo dar respuestas a los cambios tecnológicos y sociales. Nunca olvidó el impacto de la desigualdad en la salud.
Muchos son los que citan su nombre en vano. Muchos los que justifican barbaridades en nombre de Bárbara Starfield. Muchos los que confunden Atención Primaria con soluciones exclusivas para pobres, de pobre calidad y de programas verticales. Da vértigo pensar en la manipulación de sus ideas por quienes carecen de ellas.
Ya no cabe el recurso a escribir cosas juntos para señalar caminos nuevos, para reivindicar su trabajo y trayectoria. Ahora queda su recuerdo, el consuelo del rezo en alguna sinagoga, el seguir la senda que abrió.
“Hasta el infinito y más allá”.
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